"Beethoven" un
teórico de la música, un hombre de vasta cultura, nació en Armenia, Quindío
pero desde joven se radicó en Sevilla, donde fue director de la banda municipal
y profesor de música en el colegio General Santander. Murió en 1996, a la edad
de 86 años, uno de los personajes más queridos
de esta población: Argemiro Quintero Mesa, musicólogo, bohemio,
repentista y protagonista de un vasto anecdotario que repiten con gracia todas
las generaciones de sevillanos.
Él siempre quiso que al
final de su vida rezara en la piedra de su tumba como epitafio...“Estoy aquí en contra de mí voluntad ‘’
Hermano de Gonzaga “Totogol”, Maestro, porque odiaba que le dijeran profesor, hombre de paz, filósofo sin título y músico de profesión.
Entre
blancas, negras, fusas, semifusas, corcheas y semicorcheas, construyo su mundo,
un mundo lleno de experiencias y de una sencilla vida, cargada de anécdotas en
las cuales muchos de los bohemios vivimos al lado de Argemiro.
Su
cosmogonía fue al lado de la música, amaba la Clave de Sol, quizás porque fue el
único sol que ilumino su vida, de echo la hizo reproducir en hierro forjado y
soldarla a su ventana.
Me
cuenta un amigo que por allá en el año de 1979, cuando el terremoto de Tumaco, departían
con él, en el bar de Los Cambulos, todos los allí presentes, medio prendidos o
tal vez medio borrachos salieron despavoridos, arrastrando mesas y quebrando
envases, en esa infernal estampida para
salvar sus vidas, ubicándose en medio de la calle, al terminar el movimiento, a
oscuras y después de ese susto tan verraco, se acordaron de Argemiro, volvieron sus pasos hacia el
bar, lo encontraron sentado terminando el último trago de su caneca de
aguardiente, le dijeron Argemiro,
porque no salió con nosotros, no ve que se había podido caer la casa y matarlo,
pero él con su envidiable sabiduría les contesto “no ven muchachos que afuera
también estaba temblando”
En
otra ocasión cuando fumar marihuana era pecado y un gran delito, un grupo de
jóvenes, amigos de ustedes y míos, se deslizaron por las semi-oscuras calles
hasta ubicarse en el atrio de la iglesia, hoy Basílica, con sus porros armados,
creyendo que si los fumaban en el atrio, los iban a santificar y fumarían
marihuana bendita, bueno ellos estaban embelesados buscando los colores del universo y contando
estrellas, me asegura uno de los amigos que hacían este ritual indio, que
vieron una robusta y calva figura que salía del bar Richard
y se posaba al frente de ellos, muchachos que hacen allí, no es hora de la
misa, mis amigos le responden maestro y usted que hace a estas horas, se puede
resfriar y él en una de esas salidas que solo un genio tiene, se mete la mano a
uno de sus bolsillos, hace que saca una moneda, se acerca a una tapa de
acueducto, imita echar una moneda, mira hacia el cielo, mis amigos intrigados
salen a la calle y también miran al cielo, le preguntan maestro que mira, les
responde mirando al reloj de la iglesia muchachos la arepa que me comí ayer me
hizo subir una libra, la mamada de gallo fue monumental.
Decía Argemiro,
que en Semana Santa no bebía por respeto a su hermana, porque cada año por esta
época crucificaban y mataban a su cuñado, él era hermano de una monja sor Quintero y ella estaba casada con Cristo.
Otro
día, a tempranas horas de la noche, va a un restaurante, compra un seco, como
llamábamos la cena después de las nueve de la noche, en su camino y como era
casi su costumbre cuando no estaba prendido, se arrimaba al club Los Alpes,
este era un antiguo jugadero de rumi, veintiuna, dados y una que otra ruleta,
bueno Argemiro sube las escalas, deja
su cena sobre el mostrador y da su vuelta de rigor a ver si encontraba algún
amigo que estuviera libando, pero parece que no encontró aninguno, al salir ohh
sorpresa, no encontró la caja con su cena, se la robaron, el pobre hombre se quedó
sin su cena; tiempo después volvió a ingresar
de nuevo al club, subió las escalas, deposito su caja en el mostrador, dio la
vuelta de rigor y que tal, la caja desapareció, pero esta vez Argemiro salió sonriente, este gran
músico y mejor filósofo, había metido una rata muerta dentro de la caja, jajajajajajajajaja.
En
una ocasión cuando se inauguraba la música sacra también en nuestra Basílica,
la iglesia estaba llena de feligreses, entró con paso suave y pausado como
siempre los hacia Argemiro Quintero Mesa,
el filósofo, el músico y Maestro como nos dijo un día que lo
llamamos profe, que él no era profesor que él era un maestro, nos corrigió, hoy
comprendo porque, bueno retomemos la historia que quedara grabada para siempre
entre los sevillanos que asistieron al recital de música de la Sinfónica del Valle,
Argemiro llevaba una bolsa que colocó
a su lado para escuchar el recital, empezó el recital y al terminar se
escucharon largos y cerrados aplausos, el director en un gesto de amabilidad
para con los sevillanos, invito a quien quisiera dirigir la Sinfónica, Argemiro se levantó de su sitio y
camino hacia el director, algunos murmuraban, otros sus cachetes coloreaban y
otros sonreían esperando el oso que haría Argemiro,
tomo la batuta y dirigió la Sinfónica como si fuera viejo conocido por las
notas musicales interpretadas por los integrantes de la Sinfónica, que sorpresa tan enorme y
que palmo de narices para todos, Argemiro
era mejor director que filósofo y que maestro, Sevilla entera se levantó y aplaudió
sin cesar, aplausos que aún resuenan en nuestras mentes, la mayoría rompió en
llanto e inflaron su pecho por tener semejante director entre los sevillanos.
Cuando termino el director le pregunto su nombre y el buen hombre le respondió que él era “Beethoven”.
No
son pocas las anécdotas que se pueden escribir de este maestro, porque su vida
entera está enmarcada en una sola anécdota, goterero de profesión, jamás
compraba guaro, siempre iba de mesa en mesa, de bar en bar, gotereando guaro, y para no perder su fama de goterero, en las últimas horas de la noche y ya
cuando el dinero escaseaba en los bolsillos de sus amigos, en el último bar, él llamaba al más amigo de
la mesa y le daba plata para que comprara el caneco, así conservaba su fama de goterero.
Cuando
el maestro llegaba a un bar, desde la puerta atisbaba las mesas una a una por
el rabillo del ojo, conocedor de su oficio y de los bares, inmediatamente
localizaba a sus pupilos, con la
cultura y sabiduría que poseía se
acercaba y se sentaba, amigo Valencia, puedo sentarme, por supuesto, maestro,
empezaban entonces sus relatos e historias, y de historia en historia, trago y
trago, nadie lo alcanzaba, siempre terminaba primero, de la mesa el más
descuidado o el que más se tardara en tomarse el trago, le iba mal, porque Argemiro, decía enroquemos y cambiaba su
copa vacía por la que estaba llena del que se descuidara.
Cargaba
en un bolsillo una arepa y en el otro un pan viejo, cuando se arrimaba donde su
familia y le ofrecían comida, el solo recibía café, se sentaba y sacaba primero
el pan y luego la arepa, claro que no los consumía todos, es más si se los comía,
le decía Mery, (Mery, era mi suegra, prima hermana de Beethoven) regálame otra arepa, la que metía en una bolsa y luego a
su bolsillo para llevársela. Argemiro,
casi siempre chasqueaba y frotaba sus uñas generando un sonido especial, cuando
llegaba a su casa y abría la puerta, empezaba a chasquear sus uñas, al instante
aparecían unas enormes y robustas ratas que él alimentaba todos los días,
hablaba con ellas constantemente, muchas veces las regañaba y alegaba con
ellas.
Bellísimo
personaje, nos deleitó con sus cuentos e historias, con sus enseñanzas y su
alegría que contagiaba a cualquiera, pero un día, desapareció del panorama,
murió, se fue dejándonos un gran legado, porque sé que contribuyo a la
formación de muchos músicos en Sevilla, la del Valle del Cauca como diría el
amigo Edgar Alzate.
Argemiro Quintero Mesa “Beethoven”, se nos
fue con su música a otra parte, hoy con su batuta, sus partituras y la enorme Clave de Sol que tenía
gravada en su mente, dirige música angelical en compañía de Orfeo (dios de la música), escribe y dirige canciones con el coro
celestial.