Por estos días de cruel invierno, de ventiscas y de niebla, llegan a mi
mente recuerdos de infancia y adolescencia en medio de la niebla que golpea y
acaricia suavemente mi rostro, recuerdo mis días de escuela con todas sus
anécdotas y pilatunas, mis días de colegio, mis amigos del alma, extraño sus
risas, extraño el olor a tinta, a cuaderno, extraño los educadores de la época.
Pero siempre todos los inviernos
nos producen melancolía porque la niebla tiene un banco de recuerdos que viajan
con ella hacia lugares desconocidos, inunda todos los rincones del alma hasta
reventarlos en un sin número de vivencias.
Por fortuna vivo cerca donde nace la niebla, se puede decir que soy su
hijo consentido porque siento sus caricias, desde muy jovencito cuando
desandaba las calles de nuestro amado pueblo en compañía de mis amigos del
alma, recuerdo aun esas largas discusiones alrededor de un tema cualquiera en
los cuales nos creíamos expertos, éramos unos sabios, hoy lo pienso bien, no sabíamos nada, eran solo
arrebatos de muchachos con una inmensa gana de sabiduría y de aprendizaje.
La niebla desde siempre ha sido comandada por duendes, directores de
travesuras, hacedores de realidades y de mitos, testigos de sucesos montañeros
y pueblerinos, heridos por las balas asesinas de los violentos pero firmes en
su paso creativo de pinturas y paisajes, los que hacen aparecer y desaparecer
por arte de magia con la velocidad del viento amigo, nacido también en las
montañas, refrescando el hermoso paisaje vallecaucano; cuando pasa por Mosul
cambia inmediatamente la velocidad en la formación de los cuadros,
pinturas y paisajes, todo se hace más
lento, se ha transformado en neblina, ahora sus directoras son las dulces hadas que viajaban a la saga, esperando la
claridad para dirigir la neblina y darle otro matiz a la cotidianidad, las aves
se alborotan y en su cantar dan vida a los manantiales, a las flores, a las
hermosas mariposas, dan vida a la vida, sus suaves risas son el preludio de un buen augurio. Dirigen
la neblina hasta el parque Uribe, refugio de aves y de nostálgicos recuerdos;
continúan conduciendo la neblina por la calle Real, dejando su ternura en cada
rincón, hasta terminar en el parque La
Concordia, lugar de reunión y de comunión de duendes, de hadas, de El
Mohán, La Patasola, La Llorona, El Pollo Maligno, lugar de encuentro de todos
los sevillanos, de los vivos y los muertos, de los muertos que
están vivos, de las almas y espíritus que quieren vivir porque están en la plaza La Concordia en Sevilla la del Valle del Cauca, Colombia.
De otro lado y con vientos de Occidente, llega la niebla cargada de
recuerdo violentos de la Cordillera Occidental, cruzando por el río Cauca,
comandada por el majestuoso Mohán, asustando a los rivereños, pescadores que en
oscuras noches sienten su presencia, sus lamentos y quejidos, a los canoeros
que esculcan el rio en busca de arena, que luego será vendida para obtener unos
pocos pesos con los cuales podrán sostener sus familias y algo que les quede
para el guaro y la rumba. El Mohán conduce la niebla hasta el piedemonte de la Cordillera
Central, metiéndose por los ríos y riachuelos que desembocan al río Cauca, allí
también los vientos son más suaves, convirtiendo la niebla en espesa neblina,
cambia automáticamente de conductor, ya se escuchan los lamentos de La Llorona en busca de su
hijo perdido y del eco atenuado de el paso ensordecedor de La Patasola, patica
que quizá perdió en la estúpida y
violenta guerra partidista que vivió nuestro país, o tal vez su espíritu divaga
en busca de una muerte digna por haber perdido su patica, o por algún castigo
de un desalmado colonizador o tal vez en las guerras indias de las tribus
prehistóricas del Valle del Cauca; El Pollo Maligno les secunda el coro con su
piar en busca de incautos que se dejen despistar para embolatarlos cual juego
de niños.
Cuando la niebla venida de Occidente llega al Balcón del Valle, Sevilla se viste de
gala, espanta las chicharras de verano que en La Concordia son por miles, las que con su agudo silbido le suman alegría a los visitantes que a
diario se sientan a contar sus historias y sus penas, todos duendes y hadas,
muertos y vivos, almas en pena y espíritus chocarreros, esperan los míticos
visitantes, la música inunda el pueblo,
hay fiesta, en La Concordia, se reúne Sevilla y sus recuerdos, duendes y hadas
en gran algarabía, porque llego El Mohán y transforma su amargura en alegría, La
Llorona encuentra a su hijo perdido, La Patasola recupera su patica y empieza a
bailar, El Pollo Maligno ya no es
maligno se transforma en paloma, dejando en cada vuelo un mensaje de libertad y
de paz, de alegría y de calor humano; este fenómeno solo ocurre en la
plaza La Concordia de Sevilla Valle del Cauca, Colombia.
jairvalenciagaspar@yahoo.es