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15/2/17

El Lago del Brasil

“Primera bicicleta acuática en Sevilla”
Este pequeño cuento  es un corto homenaje al hombre que nos enseñó de pesca, de familia, de unión, de convivencia, de paz, de trabajo y de honestidad; el hombre que creó los diferentes clubes de caza, tiro y pesca entre otros: socio fundador de Club Social de Caza, Tiro y Pesca Sevilla, socio fundador del Club de Caza, Tiro y Pesca Los Viringos, socio fundador del Club de Caza, Tiro y Pesca Los Mentirosos, de este último queda aún un lote que sería la sede en el barrio Fundadores y socio fundador del Hogar San Vicente de Paúl, que se ubicaba en el barrio Monserrate, Miguel Ángel Cardona LibrerosRadio Miguel” como cariñosamente le llamábamos, él podría tener un gran libro de cuentos y de historia que se hunden lentamente en el olvido.

Por los años 60tas, cuando era yo apenas un niño, estudiaba en la escuela Armando Romero Lozano del barrio Puyana.  Casi a nuestros pies se extendía un gran reservorio de agua, un hermoso lago, el lago del Brasil, se llamaba así porque estaba en una finca del mismo nombre, con un paisaje a su alrededor hermosísimo, en el costado nororiental del lago había una caseta que se extendía como un muelle sobre parte del lago, contiguo al lago había una plaza de toros, donde seguramente habían grandes faenas en tardes domingueras y donde “don Radio” recibió más de un revolcón de las vaquillas y toretes que por supuesto no eran Miuras, claro está que el hombre a veces se jalaba sus faenas, porque tenía muy buenas dotes de torero. Allí también se organizaban festivales, convertidos en grandes bailes. Por supuesto eran organizados por don Miguel Ángel Cardona Libreros “Radio Miguel”

La sociedad sevillana concurría a la convocatoria, hermosas damas vestidas a la usanza, cual si fueran españolas, algunas portaban abanicos para espantar el intenso calor o quizás para ocultar el rubor que les producía el sofoco.

Por ese entonces Sevilla progresaba y no nos podíamos quedar a la zaga de las grandes ciudades, es así como don Miguel y su gran ingenio invento la bicicleta acuática, la cual construyo en su vivienda que quedaba por la carrera 51 (La Pista); como primera medida despojo de su bicicleta  a Héctor Fabio, su hijo, por supuesto la berreada del pobre Héctor fue mucha, aun hoy después de viejo se acuerda y lagrimea; bueno, acto seguido,  consiguió dos troncos de balso y los fue labrando y puliendo hasta tenerlos a punto, sobre ellos labro unas canales para colocar los ejes de las llantas, a su vez a las llantas les colocó aspas cual si fueran remos, al pedalear la bicicleta por supuesto avanzaba sobre el agua. Trabajo terminado, ahora al lago para la prueba, entre sus amigos la llevaron, de inmediato procedieron, la levantaron y empezaron a caminar con ella hacia la puerta, ¡oh ¡sorpresa la bicicleta no cabía por la puerta, de regreso al taller a desbaratarla y a fabricar el plano para que no se nos olvidara.

Llegaron al lago y empezó la fiesta, colocaron los balsos sobre el agua, en la parte más honda, don Miguel se subió sobre el primer tronco para nivelarlo, quedo listo, ahora subió al segundo tronco, este empezó a girar y chumbulummmm, hombre al agua, que  mala suerte, don “Radio” no sabía nadar y les toco a los asistentes mostrar sus dotes de nadadores para rescatar al ilustre inventor.

Después de este impase, quedó la bicicleta armada, bueno, al día siguiente tocaba la inauguración, cachaquito el inventor fue el primero en montar y, arranca, pedalea……pedalea y allí fue Troya, llovía de para arriba, en cada pedalazo un chorro de agua que mojaba su rostro y sus pulcras ropas, las llantas necesitaban una especie de guardabarros para guarecerse del aguacero invertido. 

Ya armada la bicicleta en la caseta del lago, ahora si a pedalear se dijo, fue un triunfo al funcionamiento de las bicicletas acuáticas, un triunfo a la inventiva, al ingenio; funcionaron durante algunos años, la vuelta al lago en la bicicleta acuática costaba entre dos y cinco centavos.

Desde ese día el lago se convirtió en una especie de sitio especial para los enamorados, se les podía ver como las chispas de amor brillaban a su alrededor.

También de algunos amigos, por allá de los lados del barrio San Vicente que se iban con su gallada, entre ellos el amigo Jaime Ospina (el popular Goido), vara de pescar o botella bien guardada, de alguna forma entretenían a Pe….Pe….Pedrito el cuidador del lago.

Pe…Pe….Pedrito era ga….ga….gago y se movilizaba  en una enorme bicicleta negra a la cual se le había borrado la marca.

Volvamos a la galladita de pelafustanillos que entretenían a Pe…Pe...Pedro para meterse bajo el muelle de la caseta que había en la parte nororiente del lago, entretenido Pe…Pe…Pedro de alguna manera, ellos pescaban Tucunares, que eran los peces que habían en el lago, armaban sus sartas y adiós pe…pe…pedrito, el pobre hombre quedaba sano.

Un día, un triste día y por las locuras del ser humano, seguramente con algún fin específico empezaron a vaciar el lago, se iba el alma de la naturaleza, se perdía para siempre el hermoso paisaje que le daba frescura y alegría a ese pedacito de tierra, con él también se iban los recuerdo, las historias de amor, los peces; y solo quedaba un enorme pantanero en su lugar; nosotros desde el patio de atrás de la escuela veíamos el horrible espectáculo y como saltaban los pocos peces que quedaban.

Uno de los jóvenes quedo extasiado viendo saltar los peces y quiso recoger algunos que salían a la orilla, con tan mala suerte que resbalo y callo al enorme pantanero, al tratar de salir de él, se fue hundiendo, perdió los pocos peces que había recogido y empezó a gritar como loco, los pocos niños que estábamos por allí corrimos al salvamento y no sabíamos cómo sacarlo del pantano, yo me quite la correa e hicimos una cadena al final lo logramos sacar a tierra firme, tenía pantano hasta en la boca, por supuesto que nosotros también quedamos bien mugrosos pero con el pecho inflado de orgullo por haber recuperado al joven Aránzazu.