“Primera bicicleta acuática en Sevilla”
Este pequeño cuento es un corto
homenaje al hombre que nos enseñó de pesca, de familia, de unión, de
convivencia, de paz, de trabajo y de honestidad; el hombre que creó los
diferentes clubes de caza, tiro y pesca entre otros: socio fundador de Club
Social de Caza, Tiro y Pesca Sevilla, socio fundador del Club de Caza, Tiro y Pesca
Los Viringos, socio fundador del Club de Caza, Tiro y Pesca Los Mentirosos, de
este último queda aún un lote que sería la sede en el barrio Fundadores y socio
fundador del Hogar San Vicente de Paúl, que se ubicaba en el barrio Monserrate, Miguel Ángel Cardona Libreros “Radio Miguel”
como cariñosamente le llamábamos, él podría tener un gran libro de cuentos y de
historia que se hunden lentamente en el olvido.
Por los años 60tas, cuando era yo apenas un niño, estudiaba en la escuela
Armando Romero Lozano del barrio Puyana.
Casi a nuestros pies se extendía un gran reservorio de agua, un hermoso
lago, el lago del Brasil, se llamaba así porque estaba en una finca del mismo
nombre, con un paisaje a su alrededor hermosísimo, en el costado nororiental
del lago había una caseta que se extendía como un muelle sobre parte del lago,
contiguo al lago había una plaza de toros, donde seguramente habían grandes
faenas en tardes domingueras y donde “don Radio” recibió más de un revolcón de
las vaquillas y toretes que por supuesto no eran Miuras, claro está que el
hombre a veces se jalaba sus faenas, porque tenía muy buenas dotes de torero.
Allí también se organizaban festivales, convertidos en grandes bailes. Por
supuesto eran organizados por don Miguel Ángel Cardona
Libreros “Radio Miguel”
La sociedad sevillana concurría a la convocatoria, hermosas damas
vestidas a la usanza, cual si fueran españolas, algunas portaban abanicos para
espantar el intenso calor o quizás para ocultar el rubor que les producía el
sofoco.
Por ese entonces Sevilla progresaba y no nos podíamos quedar a la zaga de
las grandes ciudades, es así como don Miguel y su gran ingenio invento la
bicicleta acuática, la cual construyo en su vivienda que quedaba por la carrera
51 (La Pista); como primera medida despojo de su bicicleta a Héctor Fabio, su hijo, por supuesto la
berreada del pobre Héctor fue mucha, aun hoy después de viejo se acuerda y
lagrimea; bueno, acto seguido, consiguió
dos troncos de balso y los fue labrando y puliendo hasta tenerlos a punto,
sobre ellos labro unas canales para colocar los ejes de las llantas, a su vez a
las llantas les colocó aspas cual si fueran remos, al pedalear la bicicleta por
supuesto avanzaba sobre el agua. Trabajo terminado, ahora al lago para la
prueba, entre sus amigos la llevaron, de inmediato procedieron, la levantaron y
empezaron a caminar con ella hacia la puerta, ¡oh ¡sorpresa la bicicleta no cabía
por la puerta, de regreso al taller a desbaratarla y a fabricar el plano para
que no se nos olvidara.
Llegaron al lago y empezó la fiesta, colocaron los balsos sobre el agua,
en la parte más honda, don Miguel se subió sobre el primer tronco para
nivelarlo, quedo listo, ahora subió al segundo tronco, este empezó a girar y
chumbulummmm, hombre al agua, que mala
suerte, don “Radio” no sabía nadar y les toco a los asistentes mostrar sus dotes
de nadadores para rescatar al ilustre inventor.
Después de este impase, quedó la bicicleta armada, bueno, al día
siguiente tocaba la inauguración, cachaquito el inventor fue el primero en
montar y, arranca, pedalea……pedalea y allí fue Troya, llovía de para arriba, en
cada pedalazo un chorro de agua que mojaba su rostro y sus pulcras ropas, las
llantas necesitaban una especie de guardabarros para guarecerse del aguacero
invertido.
Ya armada la bicicleta en la caseta del lago, ahora si a pedalear se dijo,
fue un triunfo al funcionamiento de las bicicletas acuáticas, un triunfo a la
inventiva, al ingenio; funcionaron durante algunos años, la vuelta al lago en
la bicicleta acuática costaba entre dos y cinco centavos.
Desde ese día el lago se convirtió en una especie de sitio especial para
los enamorados, se les podía ver como las chispas de amor brillaban a su
alrededor.
También de algunos amigos, por allá de los lados del barrio San Vicente
que se iban con su gallada, entre ellos el amigo Jaime Ospina (el popular
Goido), vara de pescar o botella bien guardada, de alguna forma entretenían a
Pe….Pe….Pedrito el cuidador del lago.
Pe…Pe….Pedrito era ga….ga….gago y se movilizaba en una enorme bicicleta negra a la cual se le
había borrado la marca.
Volvamos a la galladita de pelafustanillos que entretenían a Pe…Pe...Pedro
para meterse bajo el muelle de la caseta que había en la parte nororiente del
lago, entretenido Pe…Pe…Pedro de alguna manera, ellos pescaban Tucunares, que
eran los peces que habían en el lago, armaban sus sartas y adiós pe…pe…pedrito,
el pobre hombre quedaba sano.
Un día, un triste día y por las locuras del ser humano, seguramente con
algún fin específico empezaron a vaciar el lago, se iba el alma de la
naturaleza, se perdía para siempre el hermoso paisaje que le daba frescura y
alegría a ese pedacito de tierra, con él también se iban los recuerdo, las
historias de amor, los peces; y solo quedaba un enorme pantanero en su lugar;
nosotros desde el patio de atrás de la escuela veíamos el horrible espectáculo
y como saltaban los pocos peces que quedaban.
Uno de los jóvenes quedo extasiado viendo saltar los peces y quiso
recoger algunos que salían a la orilla, con tan mala suerte que resbalo y callo
al enorme pantanero, al tratar de salir de él, se fue hundiendo, perdió los
pocos peces que había recogido y empezó a gritar como loco, los pocos niños que
estábamos por allí corrimos al salvamento y no sabíamos cómo sacarlo del
pantano, yo me quite la correa e hicimos una cadena al final lo logramos sacar
a tierra firme, tenía pantano hasta en la boca, por supuesto que nosotros
también quedamos bien mugrosos pero con el pecho inflado de orgullo por haber
recuperado al joven Aránzazu.