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4/11/15

La letra entra con sangre

Bueno mijo, mañana nos vamos muy tempranito a la escuela  ¡dijo MIGUEL¡
Hayyyyyy, no sabía yo lo que me esperaba.

Madrugamos un día cualquiera, del mes cualquiera, de un veraniego año, creo que era 1962, años de radios de tubo, los que se prendían a las cuatro de la mañana para que iniciara trasmisiones radiales a las cinco y media, escuchaba mi padre las arengas de Fidel Castro, motivando a los pueblos de América a la Revolución, años dorados del movimiento hippie, de la paz, del amor, de la marihuana, de la vida espiritual, de la filosofía pura de la vida contra la guerra en Cuba, la reciente guerra del Vietnam, de las recientes guerrillas liberales, y la absurda y estúpida guerra partidista en Colombia, ah también del Frente Nacional. Yo era un infante de esos dormidos de la época, de terciadoras y descalzo, ciego y por lo tanto mudo, pues el escaso conocimiento del mundo me era vedado quizás por mí mismo, no era de mi interés, solo me interesaban  mis tesoros, los cuales cargaba en mis pequeños bolsillos: un viejo y raído trompo (un zapo, como lo llamábamos en nuestra época, el zapo era para recibir los miretes eso cuando uno perdía en el círculo), una zinga (un trompito pequeño para jugar al círculo, además para hacer demostraciones  de lo aprendido) y dos o tres bolitas (canicas ). 

Que  disputas entre toda mi gallada: Arbey, Tito y Tobías Bastidas, y el gamín (hoy es celador de calles) y mis hermanos, mucho tiempo después entendería de la Revolución, del daño que hacen las guerras al mundo, del movimiento hippie, de la paz, del amor, de la vida espiritual, de la filosofía pura de la vida y de las  delicias pacifistas y coloridas de la marihuana; mi primera traba, que miedo yo temblaba y mi gran amigo Edgar Suaza armaba el vareto, hoy todavía conservo en mi cerebro parte de esa traba, todavía camino como Zombi, aturdido, pero lo mejor de todo la pelea que tuve con la marihuana, ella que sí y yo que no, ella que sí y yo que no, hasta que gane yo, mi amigo Suaza si continuo hasta se casó con ella, hoy camina por las calles de mi amado pueblo husmeando por cada rincón, quizá en busca de paz o de amor, o tal vez se encontró con el mismo y no quiere despegarse de su *yo*, es feliz.

En ese día cualquiera, de ese veraniego año de 1962, me toco madrugar de la mano de mi padre rumbo al barrio Puyana, llegamos, escuela Armando Romero Lozano, más atrás venia don Lizardo Bastidas, traía de la mano a mi amigo Arbey, nos esperaba un señor enorme, gordo, el cual con un vozarrón como si nos hablara desde dentro de un tarro: don Elías  Isaza, lindo señor, mejor persona y excelente profesor; primero primaria, primero tuso,  las vocales, las consonantes, los números, las restas y los principios de la multiplicación y de la división, dibujo y música, ahhh música, música colombiana que era obligatoria en escuelas y colegios, en todas las ocasiones, sonaba y resonaba en las emisoras por horas, con don Elías me aprendí Sabor de Mejoran, Las Acacias, La Carta, Uri, etc. etc.; bueno terminó primero y vacaciones, futbol y cabalgatas nocturnas.

Segundo año, me estaba gustando la escuela, llegamos a la primera clase, allí fue diferente, más duro, más normas, divisiones y multiplicaciones más duras y regla “ventiada”, Silvio Correa era el profesor, él nos dijo un día, yo ya se lo que ustedes están haciendo, los conozco, están tocándose, por eso es que están tan pálidos, el que hace eso le salen pelos en las manos, yo estaba asustado porque no sabía de qué me hablaba, seguramente si nos hubiera hablado de la masturbación a lo mejor le habíamos entendido, o al menos hubiéramos investigado, hoy todavía busco el pelo en mis manos y no lo encuentro.

Con el profesor Correa estuvimos en segundo y tercero, años difíciles porque mis manos no podían más de los reglazos, aun me duelen pero no siento odio.
Una vez en tercero, en un recreo, tuve mi primer encuentro con un Ovni; resulta que estando  sentado, vi un objeto que se me acercaba a gran velocidad y un zumbido que aún recuerdo, el objeto se me fue acercando  y aterrizo en mi tusa cabeza, trato de bailar en ella, pero no pudo, era un trompo el que me dejo tremendo y sangrante chichón, recogí el trompo y con lágrimas en mis ojos del fuerte dolor, me lo guarde en el bolsillo; cuando regrese a casa, empecé a alardear con mi nuevo trompo, el que mi padre observo y se dio cuenta que no me pertenecía, me pregunto, cómo obtuviste ese trompo? A lo cual le respondí que me lo había encontrado en la escuela y después de una fuerte reprimenda y amenazas de una pela como castigo, al día siguiente fuimos a la escuela para devolver el trompo, pero como no encontramos el dueño  tuve que dejarlo en la dirección, él, mi padre, adujo que como no era mío, entonces  lo devolvíamos, esa era una forma de corregir el supuesto robo que yo había hecho, finalmente me salve de la pela.